En la entrada de hoy quisiera
hacer una reflexión sobre los aspectos más íntimos de la profesión de abogado,
de la lucha contra clichés falsos y absurdos, y contra prejuicios que calumnian
y desesperan.
¿Qué quiere nuestro cliente
cuando viene al despacho? No es extraño oír en algún despacho decir a un
cliente a su abogado, “es que no me has solucionado el problema que tenía
completamente”, pero es que amigo, hemos ganado el juicio, se ha hecho todo lo
posible para cobrar lo estipulado en la sentencia, pero si la empresa entra en
concurso, ¿qué culpa tengo yo? Pues nada, para el cliente el abogado no ha
cumplido sus expectativas. No ha hecho su trabajo.
O cuando el cliente ha hecho de
las suyas, esas cosas de poner a nombre de otro la empresa y nombrarlo Administrador
(a pesar de que el abogado le aconsejó que no lo hiciera), y luego sentirse traicionado, y luego querer sacarlo
de ahí a patadas en dos días, “pero es que no me has solucionado el problema
como yo quería…” , pero es que amigo, las soluciones son las que son, no las
que uno quiere que sean, que para eso están las leyes, y además, lo “jodido” en
años de mala praxis empresarial de un cliente no se soluciona en dos días.
Pero es que hay más, mucho más.
Las impertinencias que tiene que aguantar un abogado solo los compañeros de
profesión las conocen, y no todos, porque como ocurre en todas las cosas de la
vida hay clases y clases. Porque compañeros, lo que se dice compañeros en la
profesión cada vez hay menos. Supongo que tendrá que ver con la crisis, y que
cada vez es más importante contentar al cliente a toda costa, sea como sea,
aunque sea atropellando, insultando, utilizando malas artes,…pero al final el
tiempo pone a cada uno en su sitio. El abogado no tiene obligación de obedecer
como esclavo al cliente como si fuera un sicario jurídico. El abogado es un
técnico en derecho con una dignidad y al cliente hay que también saber ponerlo
en su sitio, y cuando se equivoca decírselo, y aconsejarle en este sentido, y
si no actúa según nuestro consejo no es nuestro cliente, o no lo será, y
saldrá, pase lo que pase, hablando mal del despacho, y muy probablemente con
impagos, obligando al abogado a poner un monitorio o a jurar la cuenta.
Son cosas de esta profesión, una
profesión que te obliga a lidiar día a día con una montaña rusa de emociones,
con preocupaciones que ocupan un espacio esencial en la cabeza y que no dejan
descansar nunca. Y digo bien, nunca. Preocupaciones que en ocasiones crean una
ansiedad que paraliza, ataques de pánico ante lo abrumador de folios por leer y
analizar, pero que hay que sobrellevar y vencer, porque para cada cliente su
asunto es “el asunto”. Los abogados vivimos gracias y para ellos (según las
visión del cliente), y da igual todas las cosas que tengas que hacer, lo
necesitan ya, y es ya.
El horario de apertura de los
despachos es amplísimo, desde por la mañana hasta altas horas de la tarde, ¿por
qué se empeñan los clientes en llamar fuera de estas horas al móvil para
urgencias del despacho? Las urgencias son urgencias vistas de una forma objetiva,
no cuando al cliente le entre el nervio. Los viernes por la tarde no hay que
llamar al abogado para nada en absoluto, ni tampoco para llorarle, no es un
psicólogo, se ocupa de los asuntos legales y que en la mayoría de los casos no
se resuelven el viernes por la tarde, el sábado o incluso el domingo.
Pues bien, estas son solo algunas
cosas que hacen insufrible esta profesión, pero también que hacen que sea única
y que al mismo tiempo se ame. Porque el abogado en la gran mayoría de los casos
es el último resquicio, la última oportunidad, la única esperanza de un cliente
que necesita ayuda, y el abogado, a pesar de todas las dificultades la presta,
a veces sin estar seguro de poder cobrar por su trabajo, a veces a riesgo de
enfrentamientos que cercenan su vida privada, pero es que en muchos casos es la
última esperanza, y por eso, a pesar de todo, también el abogado ama su profesión.